Por cuánto tiempo había ostentado con orgullo mi título de Juez; con cuanta soberbia llevaba hasta el birrete en mi atuendo de magistrado.
Hasta ése día en que entró ella en mi vida, una prostituta barata que con su palabrota especial supo hacerme tocar el cielo con las manos mientras teníamos sexo; la mujer que me llevó a los límites de la dignidad y de la decencia y me hizo entrar en el juego criminal que yo combatí hasta hacía muy poco.
Hoy, el día de mi boda con ella, donde sólo han asistido los mafiosos más buscados del hampa, la redada está marcada y yo ya no formó parte del eslabón que la ha ordenado; hoy, los oficiales que antes me reverenciaban son los que llevan a cabo mi detención mientras el resto de los criminales presentes en la ceremonia, expertos en escabullirse, ya se han evaporado.
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