Maga DeLin nos volvió a retar con su desafío comienza una historia. En esta oportunidad la actividad constó de dos partes. En primer lugar cada uno de los participantes tenía que aportar una frase y en segundo lugar había que crear un texto en el que tenían que aparecer cada una de las frases. Aquí les dejo el relato que surgió, en el mismo las frases están en otro color.
ELECCIONES DESAFORTUNADAS
Llevaba media hora esperando en un bar de mala muerte, no le gustaba el lugar pero ella lo había elegido. Sus dedos tamborileaban incesantes sobre el acrílico blanco de la mesa, su pie subía y bajaba como marcando un ritmo, como demostración de lo mucho que su ira iba aumentando. Se había tomado un café y veía acercarse por tercera vez a la desaliñada moza. No le gustó la chica, tenía los dedos anaranjados por la nicotina y su aroma era el propio de los fumadores, la gente que fumaba tabaco le daba asco. Le dieron ganas de mandarla a paseo, se imaginó diciéndole: «Señorita, no me traiga la cuenta porque no tengo dinero para pagarla; en todo caso, si lo desea, puede usted avisar a la policía». Tal pensamiento le dibujó una media sonrisa en la cara, se preguntaba cuál sería la reacción de la fémina si realmente eso sucediera. Ella, por su parte, creyó que él quería proponerle algo indecoroso y sonrió a su vez observándolo sin disimulo y segura de aceptar tal propuesta, ya que no estaba nada mal. Pronto se dio cuenta de que se equivocaba, al ver entrar a una chica rubia que pasó a su lado como una exhalación, casi sin aliento, y se sentó frente a él.
—¿Qué van a tomar? —preguntó con aspereza, molesta por verse ignorada de esa manera y ver frustrada su ilusión de pasar un buen momento.
—Dos cafés, por favor —dijo el hombre, sin apartar los ojos de la chica a la que había estado esperando.
Luego de que la moza desapareciera, dejando un tenue olor a cigarro rancio, el silencio se hizo dueño de la situación. Él estaba muy molesto y ella intentaba recuperarse de la reciente corrida. Adriana lo observó y enseguida se dio cuenta de que estaba molesto. «Dios, que guapo se pone cuando se enfada», pensó, mordiéndose el labio inferior. No podía apartar la mirada de su cabello oscuro y lacio, que le caía sobre los hombros; tampoco le hubiera resultado fácil escapar al influjo de sus ojos almendrados de no ser que estos estaban vueltos hacía la ventana que daba a la calle. De todas formas podía contemplar su perfil, su nariz recta y afilada, su mentón altivo y sus labios apretados en una fina línea. Contener la pasión que la embargaba no era difícil, pero sabía que en cuanto se quedaran a solas se abalanzaría sobre él, y él la imitaría, una vez que el enojo se esfumara. Le parecía increíble la manera en que se había vinculado con él, luego de conocerse apenas cuatro meses atrás. Sentía que no podría vivir mucho tiempo sin verlo, sin dejarse arrastrar por la locura de su pasión y el sadismo de esos juegos prohibidos que ella nunca había experimentado antes.
—Oh, vamos, Leni. No puedes estar tan enojado. Se me hizo algo tarde, a cualquiera le puede pasar —intentó subsanar la situación. Al ver que no lograba ablandarlo comenzó a acariciarle la mano con deliberada provocación, luego de unos instantes logró que la mirara. Al mismo tiempo, la molesta empleada regresó con el pedido y desapareció de inmediato.
Si bien quitarle el mal humor a su novio le resultó más difícil de lo que imaginaba, eso no impidió que atravesaran la puerta del departamento quitándose la ropa a tirones y rebotando contra las paredes de lugar hasta caer en la amplia cama.
—Sabes complacer todos mis deseos ―dijo Adriana, mientras se subía lentamente las bragas, y el la observaba tendido sobre las sábanas revueltas, con la piel húmeda por el sudor —. Lástima que tenga que volver a la oficina, una colega me está cubriendo y ya no puedo retrasarme más.
Adriana era una abogada penalista prestigiosa y Leni era su reciente conquista. Un hombre misterioso que llegó a su vida por casualidad. Lo conoció en una fiesta y a partir de allí su vida se transformó en un cúmulo de nuevas experiencias sexuales que le mostraron el excitante mundo de la sumisión y el sadomasoquismo. Él supo nublarle la razón al punto de no cuestionarlo a fondo sobre su vida, relaciones y costumbres. Si en algún momento ella pretendió ahondar en su pasado, pronto lo olvidó ante la intensidad de sus besos y el ardor de sus caricias. Pero, ¿quién era realmente Leni Fox?
Antes de volver en sí soñaba con alas de papel, con aquello que le permitiera volar hacia el cielo y poder sentir el viento de la libertad en su rostro. De repente, abrió los ojos y se vio rodeada de oscuridad, en ese momento sólo pudo concentrarse en el intenso dolor de cabeza que la aquejaba. Trató de llevarse una mano a la frente pero notó que estaba inmovilizada, le resultaba difícil respirar el aire viciado. Sentía su corazón golpearle con fuerza contra el pecho, a duras penas podía contener el sollozo que le estrangulaba la garganta y que sólo alcanzó a salir como un quejido ronco cuando el recuerdo de las horas previas comenzó a emerger. Se vio en aquella habitación donde el humo del cigarro formaba una espesa niebla. Fue el lugar elegido por Leni para dar rienda suelta a sus excesos, incluso recordó haber consumido algún tipo de droga. Sus encuentros siempre habían sido privados, sólo ellos, en el departamento de alguno de los dos. A pesar de que en un principio no estuvo de acuerdo se dejó llevar por la adrenalina del peligro. Pero todo se salió de control y, de un momento a otro, estuvo rodeada de otras mujeres con las que también mantuvo sexo mientras Leni las observaba con cara de satisfacción. Una punzada le taladró las sienes y las imágenes continuaron fluyendo: tenía el cuchillo en la mano, y al mirarse al espejo contempló una imagen que le agradaba, nunca pensó que podía llegar a sentirse así. Abrió los ojos como platos e intentó incorporarse, recordó que estaba atada y encerrada en un lugar estrecho. Trató de calmarse y poner sus pensamientos en orden hasta que al fin encontró la última idea en la que se centró su mente antes de desvanecerse: «Es extraño ―pensó, mientras se miraban ambas semidesnudas en la penumbra de la habitación de aquél hotelucho―, hubiera jurado hasta hoy que yo era ciento por ciento heterosexual».
Le dieron ganas de vomitar, nunca había estado en una situación así, no podía creer lo bajo que había caído por ese hombre. Comenzó a patear contra la superficie en la que se apoyaban sus pies, al tiempo que trataba de liberar sus manos. Las lágrimas corrían sin control por su cara, no sabía cuánto tiempo llevaba allí y si alguien la estaría buscando. De repente quedó inmóvil, aguzando el oído para captar algún sonido que pudiera decirle dónde estaba. Dejó caer la cabeza contra la superficie enmoquetada, luego de llegar a la concusión de que se encontraba encerrada en la cajuela de un auto. Se sentía impotente ante los hechos ya consumados, ni siquiera recordaba si había llegado a matar a alguien. A duras penas rememoró que había escapado a los trompicones de allí y una vez en su departamento, a donde Leni la había seguido, comenzaron a volar los objetos y a romperse los cristales. Un puño se estrelló sobre su cara, luego la nada y terminó donde estaba. Cayó en la cuenta de que la ventana cerrada, la puerta de vidrio rota y los libros perdidos en el fango del jardín no eran evidencia suficiente como para provocar sospechas acerca de si le había sucedido algo.
La siguiente vez que despertó ya no se encontraba en la cajuela, ahora estaba estirada sobre una cama, amarrada de pies y manos a esta; tenía una mordaza y podía ver cierta claridad entrando por las persianas cerradas. Alguien entró, no le pudo ver el rostro pero supuso que era Leni que había llegado para liberarla, pero no se trataba de él. Vio a la figura parada junto a la cama, observándola, oía su respiración fuerte, lo vio bajarse con lentitud la cremallera del pantalón y tirarse cuan largo era sobre ella para penetrarla con fuerza, pese a que se resistió y recibió por ello una cachetada en la mejilla. El tipo terminó desmadejado sobre ella y, luego de unos instantes, se levantó y salió abrochándose los pantalones. Ella quedó sollozando, preguntándose qué había sucedido, por qué había cambiado su vida de un momento a otro. Ese hombre no era Leni, ni siquiera sabía quién era y qué sería de ella de ahora en más.
Las horas pasaron, igual que los días. Algunas veces sólo podía pensar en la manera de borrar sus besos, y es que sollozar después de estar entre sus brazos, se había vuelto algo habitual. Ni siquiera conocía la voz de ese tipo, sólo su respiración, los sonidos que delataban que había llegado al clímax y que la dejaría sola otra vez, hasta que le volvieran las ganas de abusar de ella.
Que hermosa era esa mujer, tuvo suerte de hallarla luego de que aquel coche que venía a toda velocidad derrapara en la carretera desierta por la que él conducía en sentido contrario. Su suerte se completó al comprobar que el tipo que venía con ella estaba muerto y milagrosamente ella no se había hecho ni un rasguño. Bonitas piernas, pensó cuando la tomó entre sus brazos y la colocó en el baúl del auto. Por las dudas la ató, por si despertaba y se ponía a chillar. «Su cuerpo caliente envuelve el mío que, frágil y helado, acepta su calidez y se envuelve en ella», pensó la primer noche que la penetró.
Fue difícil despistar a la policía que comenzó a llegar al lugar del accidente, el sitio se llenó de gente con rapidez y él había sido tan estúpido de dejar el auto bastante lejos. Se le ocurrió la idea de llevarla abrazada, como si estuviera ebria, mientras le hablaba como un viejo amigo. «No era necesario hacer eso ya que nadie parecía reparar en nosotros. Aun así volví a sentir la fuerte tensión en mi espalda. Alguien me vigilaba", volvió a rememorar para sí mismo. Nunca había sido tan audaz como esa noche, jamás se le hubiera ocurrido tomar a una mujer por la fuerza pero no pudo evitar que sus instintos se aguzaran al verla tan indefensa y sensual.
El tiempo pasaba, ella pareció ir aceptando lo que había sucedido, y él gozaba con más intensidad cada vez que la hacía suya. Él mismo la bañaba, la vestía y le daba de comer, a veces hasta lograba arrancarle una triste sonrisa. Adriana permanecía con la mirada perdida, incluso había ocasiones en los que deseaba que él volviera a ella para no estar tan sola. Cuando ya había pasado casi un año, la oyó jadear por primera vez mientras estaba entre sus piernas.
«Algunas veces oigo voces en mi cabeza, sonidos que provienen de ningún lado; sombras de un corazón oscurecido, transformado ahora en piedra», podía leerse en la pared, sobre la cabecera de la cama. Ella lo escribió un día en que él había salido, era lo único que podía hacer con las manos atadas. A veces, cerraba los ojos y se ausentaba a su mundo de antes, a su vida de profesional orgullosa y reconocida. Era cierto, esa tarde había jadeado, no lo pudo evitar, su cuerpo lo aceptaba y había empezado a desearlo. Coincidió con la época en que él se volvió descuidado, o confiado, y dejó la puerta del cuarto —en el que la tenía prisionera— sin llaves. Ese descuido le había servido para iniciar sus incursiones a la cocina, era una lástima que le estuviera tomando cariño cuando ya casi tenía su colección completa. Oyó la puerta de entrada, él había regresado. Adriana parpadeó varias veces, al tiempo que respiraba hondo y repasaba nuevamente el plan; no podía fallar, de lo contrario, si iba a ponerse sentimental, mejor sería que se apartase de los cuchillos...
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