Siempre la consideraron diferente; nacida en el seno de una familia estrictamente religiosa, nunca supo quién fue su padre.
Su madre se encargaba de defenestrar sus recuerdos sin rostro y a ella.
A sus quince años no sabía nada útil acerca de la vida, más allá de los días vividos en esa oscura y triste casa de cruces colgadas donde sólo habían quedado ellas dos.
Por eso se horrorizó cuando vio ese líquido rojo resbalar de entre sus piernas, manchando su vestido y sus calcetines blancos.
Ese líquido inmundo le salía del cuerpo, quizá Dios la estaba castigando por ser mala.
Algo más, simple y natural, que su madre obvió mencionar para evitar que descubriera su sexualidad.
A pesar de todo esto, ella gozaba de un don especial; don que también su madre se había encargado de mantener bajo raya acusándola de pecadora y aplicándole castigos corporales aduciendo que se los merecía.
Constantemente le escupía en la cara que mover los objetos a antojo era una maldición, digna de una adepta del diablo, remarcando a cada instante su nefasta impureza.
Ella siempre creyó en esas acusaciones sin fundamentos que la hacían aceptar su calidad de pecadora.
Pero todo acabaría ese día, día en que su madre, fanática religiosa, la martirizaría como hacía siempre, desvirtuando la realidad y acusándola de lujuriosa e impura.
Lo haría, disfrutaba haciéndolo, la martirizaría hasta provocar en su inocente hija la ira interna suficiente; ira que aquella ya no estaba dispuesta a controlar más por la seguridad de una madre que se había olvidado de ser tal para ella.
Ese día bastó sólo un movimiento de sus manos, una mirada de sus ojos claros para que todo ardiera y ella pudiera liberar la furia que hervía en sus venas.
Así, podría quemar algo de la sangre impura que corría por su triste cuerpo, quitándose parte de la vergüenza que martirizaba a su madre; ahora, sólo ella sabría de su procedencia incestuosa.
octubre 2011
Su madre se encargaba de defenestrar sus recuerdos sin rostro y a ella.
A sus quince años no sabía nada útil acerca de la vida, más allá de los días vividos en esa oscura y triste casa de cruces colgadas donde sólo habían quedado ellas dos.
Por eso se horrorizó cuando vio ese líquido rojo resbalar de entre sus piernas, manchando su vestido y sus calcetines blancos.
Ese líquido inmundo le salía del cuerpo, quizá Dios la estaba castigando por ser mala.
Algo más, simple y natural, que su madre obvió mencionar para evitar que descubriera su sexualidad.
A pesar de todo esto, ella gozaba de un don especial; don que también su madre se había encargado de mantener bajo raya acusándola de pecadora y aplicándole castigos corporales aduciendo que se los merecía.
Constantemente le escupía en la cara que mover los objetos a antojo era una maldición, digna de una adepta del diablo, remarcando a cada instante su nefasta impureza.
Ella siempre creyó en esas acusaciones sin fundamentos que la hacían aceptar su calidad de pecadora.
Pero todo acabaría ese día, día en que su madre, fanática religiosa, la martirizaría como hacía siempre, desvirtuando la realidad y acusándola de lujuriosa e impura.
Lo haría, disfrutaba haciéndolo, la martirizaría hasta provocar en su inocente hija la ira interna suficiente; ira que aquella ya no estaba dispuesta a controlar más por la seguridad de una madre que se había olvidado de ser tal para ella.
Ese día bastó sólo un movimiento de sus manos, una mirada de sus ojos claros para que todo ardiera y ella pudiera liberar la furia que hervía en sus venas.
Así, podría quemar algo de la sangre impura que corría por su triste cuerpo, quitándose parte de la vergüenza que martirizaba a su madre; ahora, sólo ella sabría de su procedencia incestuosa.
octubre 2011
¡Muy bueno! Me ha gustado mucho la manera en la que plasmas la ira y el fanatismo de la madre. Me da la impresión que se refugió en la religión para perdonarse a sí misma y, cuando nació su hija, le fue más fácil desquitarse con ella que asumir responsabilidad. La hija, en cambio, pareciera soportar por el cariño fraternal o la idealización de la figura materna, hasta que ya no pudo más y le pagó con la misma moneda, por decir así.
ResponderEliminarQue bueno... esa pelicula me gusta mucho y lo tiene a uno siempre en tensión... al igual que tu relato. Felicidades.
ResponderEliminarHola, hacía tiempo que no me pasaba y venía a saludar.
ResponderEliminarMe gustó mucho tu visión de la fantástica película Carrie, no leí el libro pero has conseguido plasmar muy bien todo lo que se desprende del film.
Un abrazo.