Escondida entre los rosales, acechaba la casa. Sabía que, si no se encontraba en ese momento, pronto llegaría de alguna de sus citas. Lo odiaba, lo consideraba un hombre sin escrúpulos ni sentimientos. Se había cansado de ver a su hermana llorar continuamente por él, por saberse engañada con infinidad de mujeres. Aún ahora, luego de que aquella hubiera sucumbido al dolor y muriera presa de tantas dudas, mantenía la férrea convicción de que un tipo como él no merecía vivir. Sus ojos negros brillaron como brasas bajo la luz de la luna, al igual que el filo plateado de la cuchilla que relucía en sus blancas manos.
No le debía nada, ni siquiera el hecho de que continuara considerándola su cuñada y le hubiera permitido permanecer, y mantener como suya, la mansión en la que anteriormente había vivido cuando estuvo casado con su hermana; ni que él se hubiera limitado a establecer su vivienda en el lujoso estudio que estaba detrás de la histórica construcción.
Lo odiaba, por no mantener el luto que le correspondía como esposo amoroso y seguir fomentando relaciones clandestinas ante sus propios ojos; sabía que a él lo tenía muy sin cuidado lo que ella pensara, en el fondo siempre supo cuál era su opinión acerca de su modo de ser y su conducta. Pero ya había sido suficiente, esa noche acabaría todo, le daría su merecido...
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¡hola!Iré por ahí a ver que tal porque ese fragmento me dejo mucha intriga, pero antes...
ResponderEliminarleeré el primer capitulo de tu novela Cienmanos, que siempre he querido leerla pero me ocupaba en otras cosas :)
¡Me ha intrigado! En cuanto tenga un hueco la sigo. Muy interesante.
ResponderEliminarUn beso, Lou